Mauricio Zapata
Hay mansiones que cuestan más que un sexenio.
La primera que cimbró la conversación pública fue aquella “Casa Blanca” de Sierra Gorda 150. Subió Peña Nieto en el elevador dorado y, abajo, panistas y los hoy morenistas exigían explicaciones por el vínculo con Grupo Higa. El presidente ofreció una tibia disculpa… y nada cambió.
Pasaron los años y el color de la indignación se volteó. En 2022 apareció la “Casa Gris” de José Ramón López Beltrán, allá en Houston: renta mensual de cien mil pesos, vecindario de magnates petroleros y un inquilino con el mismo apellido que despachaba en Palacio. Esta vez los que gritaron fueron priistas y panistas; Morena se encogió de hombros y llamó “lego” a la réplica que los senadores opositores armaron en el recinto.
Hoy el péndulo vuelve a oscilar. Diego Sinhue Rodríguez, exgobernador panista de Guanajuato, disfruta de otra residencia texana: alberca, cinco recámaras y el detalle simbólico de siempre: la escritura a nombre de un contratista que recibió miles de millones en su administración. ¿El coro? Morenistas sacan calculadora moral, priistas piden explicaciones, pero los panistas piden “prudencia”.
Los papeles se intercambian como cromos en la primaria.
Quien ayer blandía la espada anticorrupción, hoy la encala con pretextos. Quien juraba “no somos iguales”, termina justificando que “renta no es lo mismo que comprar”. Al final la mansión importa menos que la lección: la congruencia no se hereda con la credencial del partido.
En cada escándalo el guión se repite: filtración periodística, conferencia indignada, comisión investigadora que prescribe antes de nacer y un dictamen que duerme en los cajones del olvido. Encima, el electorado se entretiene haciendo quinielas sobre la siguiente fachada de mármol.
La hipocresía es multicolor, pero su raíz es monocromática: la impunidad. Mientras no exista un sistema de rendición de cuentas que funcione sin importar si es tricolor, azul o guinda, las mansiones seguirán brotando como hongos después de la lluvia.
La Casa Blanca nos enseñó que la estética del poder se viste de blanco. La Casa Gris nos recordó que el gris combina con cualquier discurso. La nueva casa azul confirma que, en México, la corrupción no se muda: simplemente pinta sus paredes del tono que dicta la elección.
Y nosotros, los ciudadanos, seguimos pagando la hipoteca de su cinismo.
EN CINCO PALABRAS: Y todo sigue exactamente igual.
PUNTO FINAL: “La hipocresía solo cambia de color”: Cirilo Stofenmacher.
X: @Mauri_Zapata