REFLEXION DOMINICAL : Sacerdote José David Huerta Zuvieta
Estimados lectores, la Liturgia de este domingo nos presenta los siguientes textos para nuestra reflexión y meditación: Ezequiel 2,2-5, Salmo 122, 2ª carta de San Pablo a los Corintios, Evangelio según San Marcos 6,1-6. De ellos destaca el tema del profetismo.
¿Qué es un profeta? No es un adivino, mago o quien predice el futuro, sino que es un hombre o mujer de Dios, es decir, personas que tiene una profunda relación con Él, que hablan en su nombre para comunicar a quien quiera oírle lo que Dios le ha inspirado en orden a iluminar el sentido de la existencia, de la historia, o de los acontecimientos de un pueblo, de un grupo o de una persona.
¿Quiénes son los profetas? En el sacramento del Bautismo se nos ungió como “sacerdotes, profetas y reyes”, es decir, en sentido general todos los bautizados somos o estamos llamados a ser profetas. El Papa Francisco señala que “profeta es cada uno de nosotros porque con el Bautismo todos recibimos el don y la misión de la profecía (cf. Catecismo de la Iglesia Católica 1268). Por lo tanto, debemos ayudar a los demás a leer el presente con una mirada de fe, comprendiendo el plan de Dios, viviendo el hoy y construyendo el mañana según sus planes” (alocución en ocasión del rezo del Ángelus del domingo 2 de julio de 2023).
En el Evangelio de hoy Jesús se presenta en su tierra con sus discípulos y el sábado se puso a enseñar en la sinagoga como era la costumbre. Pero sucede algo interesante: la multitud que lo escuchaba pasa de la admiración a la incredulidad. Ese hombre hablaba con autoridad, sus palabras expresaban sabiduría, su testimonio reflejaba un poder extraordinario, era un líder indiscutible. Sin embargo, ellos razonan de la siguiente manera: es uno de los nuestros, conocemos a su familia, ¿dónde aprendió todo eso? Y termina señalando el texto que por su falta de fe no hizo milagros y se fue a los pueblos vecinos a enseñar.
Hay una frase que dice “no soy todo lo que ves, pero tampoco ves todo lo que soy”. La primera dificultad es cuando nosotros tenemos solamente una mirada horizontal de la vida y de las personas. No somos capaces de descubrir el misterio de Dios presente en ellos. Solo aceptamos lo que ven nuestros ojos, lo que comprendemos a partir de la realidad observada. Y esto es un problema porque nos impide mirar a Dios presente en ellos (la realidad y las personas). Vemos los defectos, vemos personas mediocres, banales, vemos la obviedad, pero nosotros somos más de lo que se ve.
La segunda dificultad son los prejuicios. Todos los tenemos, son fruto de nuestra historia, de nuestra cultura, de nuestras experiencias y cómo las hemos interiorizado. Por ejemplo, cuando alguien dice que “si soy pecador Dios no va a escuchar mi oración”, “solo los jóvenes bien portados van al Seminario (casa de formación) y pueden tener vocación”, “la Iglesia es perfecta y no se puede equivocar”, etc. Los contemporáneos de Jesús también tenían prejuicios sobre su persona: este hombre lo conocemos, es un paisano “normal”, que no salga ahora con que es iluminado…
La tercera dificultad radica en el escándalo de la encarnación. Es bueno, es sano, es provechoso que nos enfrentemos en algún momento de nuestra vida con esta realidad: cómo el Dios todopoderoso se ha encarnado en la pequeñez, en la fragilidad, en la sencillez de un niño pequeño (el misterio de la Navidad), porque nos ayuda a crecer en nuestra fe. Allí está la inmensidad del amor divino, la predilección fiel por su pueblo, la opción fundamental por el hombre. El asunto es que se sigue encarnando en nuestra historia a través de muchas personas que actúan en Su nombre. Y nosotros podemos seguir sin creer y aceptarles.
Queridos hermanos, las lecturas de este domingo nos invitan a revisar nuestras actitudes hacia los demás: ¿vivo la vida con una mirada plana, sin fe?, ¿soy consciente de cuáles prejuicios me impiden crecer en la fe, en mi respuesta a Dios y a la Iglesia?, ¿en qué momentos de mi historia me he enfrentado al escándalo de la encarnación? Pero también preguntémonos ¿cómo hemos asumido nuestra vocación de profetas recibida en el Bautismo?, ¿he ayudado a los demás a leer lo que están viviendo desde la mirada de Dios y de su Palabra?
Que el Señor nos ayude a dar testimonio del amor, la esperanza y la confianza en Él. Que la santísima virgen María nos sostenga en esta tarea de anunciar la buena nueva y denunciar las injusticias. Que Dios nos de la gracia de vencer nuestras resistencias y aceptar a los hombres y mujeres que nos hablan en su nombre y nos dan testimonio.
¡Que tengan un bendecido domingo!
Cordialmente:
P. José David Huerta Zuvieta